Coco confieza: en 1972 iba a matar a Balguer pero Bosch lo evitó

26 abril, 2009


Santo Domingo.- A Miguel Cocco todos le decían “Coquito”, una figura tranquila y apacible que se movía como pez en el agua en los círculos académicos y literarios. Se sabía de sus devaneos con la izquierda, que era el dueño de Alfa y Omega, que editaba cuantos libros y literatura “izquierdosa” apareciera en su camino, que era hermano de Manuel, amigo de Bosch y enllave de todos los periodistas... ¿Quién no conocía a Coquito?


Lo que nadie sabíaóy ni siquiera un loco podía imaginarseóera que detrás de ese inofensivo personaje se ocultaba el “Comandante Guillermo”, uno de los más avezados guerrilleros urbanos que operaron aquí “en los doce años”, lugarteniente de Amaury y luego líder de los “Comandos de la Resistencia”, hombre buscado a muerte por la CIA porque llegó a ser el único contacto del “Comandante Román”, nombre de guerra de Francisco Alberto Caamaño cuando se entrenaba en Cuba.

Balaguer se le salvó en tablitas, gracias a Bosch, que “le pidió, le suplicó, le imploró” que desactivara a última hora los poderosos explosivos que harían volar en mil pedazos el auto del Presidente una mañana de abril del l972, cuando se dirigía a Palacio por la avenida César Nicolás Penson, cerca de la embajada Americana.

Esa sería la respuesta de “Los Palmeros” a la muerte de su líder Amaury Germán Aristy junto a sus tres compañeros Bienvenido Leal Prandy (La Chuta), Ulises Cerón Polanco y Eugenio Perdomo Pérez. Los cuatro jóvenes fueron rodeados por un fuerte contingente policial y militar el día l2 de enero del l972 en una apartada residencia del kilómetro l2 de la avenida de Las Américas y resistieron el asedio por casi l2 horas entablando combates que terminaron con un saldo de ocho policías y militares muertos, al igual que los cuatro revolucionarios, y más de una veintena de heridos.

A Miguel Cocco “lo salvó la providencia” de no caer en ese combate. El fue el último en ver con vida a sus compañeros. Salió de la residencia-escondite probablemente una hora antes de que las agencias represivas del régimen ubicaran el lugar y lo rodearan sigilosamente para esperar el clarear del día siguiente e iniciar el ataque.

Miguel se salvó, pero ese episodio lo marcaría para siempre...!

Una herencia dolorosa

El “Comandante Guillermo” jamás se imaginó que Amaury había testado su heredad política. Y mucho menos que había dejado claramente establecida la sucesión del liderazgo en los “Comandos de la Resistencia”. En las primeras horas no podía creer que él ñMiguel Cocco, Coquitoñ estaba asumiendo tal responsabilidad histórica, pues se trataba nada más y nada menos que de la resistencia urbana que esperaba la llegada de Román al frente de la expedición que luego entraría por Caracoles, en la bahía de Ocoa.

Fue un rol difícil de asumir, primero porque sustituir a Amaury en el liderazgo de “Los Palmeros” no era tarea fácil. Se trataba del más carismático, valeroso y leal revolucionario de su época, además de que dejaba tras de sí una estela de heroísmo nunca antes vista en la resistencia armada dominicana. Fue la lucha más desigual ñpero al mismo tiempo más digna y virilñ librada hasta entonces por la resistencia revolucionaria. Esos cuatro hombres lucharon contra medio ejército y toda la policía que utilizaron armas de todos los calibres para combatirlos. Al final del día, el general Neit Nivar Seijas, que era el jefe de la Policía, declaró: ¡Luchamos contra cuatro gallos! ¡Esos eran verdaderos hombres!

Pero más aún: en el orden político, “Guillermo” estaba heredando el liderazgo de una lucha urbana que se veía llegar llena de incertidumbres, pues en Cuba no se materializaba la tan esperada expedición revolucionaria para la que se habían preparado más de cien hombres por espacio de cinco años.

Además, la caída de Amaury y sus tres compañeros si bien no desmoralizó a “Los Palmeros” en el país, sí provocó una división entre el mando político, estratégico y militar de la organización en Cuba. Uno de los testigos del drama que se vivió allí entre Caamaño y el mando político revolucionario fue Wellington Ascanio Peterson Pieterz ñel “Comandante Gutiérrez”ñ quien se enfrentó a Caamaño y le llamó “vacilante”, al tiempo en que lo hizo responsable ñde forma indirecta, claroñ por la muerte de Amaury y sus compañeros. Está de más decir que “Gutiérrez” fue irradiado del Campamento de Caamaño y confinado en una residencia de La Habana “hasta que todo pasó”.

En tanto, las cosas aquí en el país estaban color de hormiga mientras “Miguel”, “Coquito” o “el Comandante Guillermo” preparaba un escenario de guerra que haría correr la sangre por la cuneta...¡Se planeaba un magnicidio!

¡MATAR A BALAGUER!

El año l972 avanzaba de prisa con la carga ominosa para la resistencia que significó la muerte de Amaury junto a tres de sus compañeros más valiosos, también fundadores de “Los Palmeros”. “Guillermo” había asumido el relevo, y tenía el compromiso revolucionario de dar una respuesta tan rápida y precisa como contundente y definitiva. La afrenta había que lavarla en sangre. ¡Hay que matar a Balaguer! Los Comandos de la Resistencia constituían un eje estratégico compuesto por el Comité Central del l4 de Junio y los Comités Revolucionarios Camilo Torres (Corecato). Amaury provenía del Catorce y Miguel del Corecato, pero entre ellos dos se había producido una identificación que casi 40 años después los ojos de Miguel se llenan de agua al recordar a su compañero caído en combate.

Compara esa identificación y ese cariño sólo con el que le profesaba a Juan Bosch.

Por eso, de la misma forma en que la necesidad de vengar a Amaury provocó la planificación de la muerte de Balaguer, así mismo es Juan Bosch el que lo disuadió de un plan macabro que de ejecutarse habría teñido de sangre las calles dominicanas.

La trama contra Balaguer estaba lista para ejecutarse.

Expertos en explosivos tomaron las alcantarillas de la César Nicolás Penson y colocaron cargas mortales que serían detonadas a control remoto al paso de la caravana del Presidente Joaquín Balaguer, que se desplazaba por allí religiosamente alrededor de las once de la mañana de cada día para dirigirse al Palacio Nacional desde su residencia de la Máximo Gómez.

Como cabeza de la resistencia armada y ante la inminencia de un acontecimiento que estremecería al país y que traería consecuencias impredecibles, Miguel Cocco consideró pertinente participárselo a Bosch para que tomara medidas de protección. Como Miguel Cocco y su editora Alfa y Omega editaban los libros de Bosch, entre ambos existía una vieja y sincera relación de amistad.

Por eso, en cuanto Don Juan escuchó aquel plan macabro, se llevó ambas manos a la cabeza y no sólo le pidió, sino que le imploró y hasta le suplicó que desactivara aquello.

En principio, cuenta Miguel 38 años más tarde, la respuesta fue categórica en el sentido de que el plan no podía ser ya desactivado pues los explosivos estaban colocados y solo faltaban horas para su ejecutación. En semejante situación, Don Juan empleó su extraordinaria capacidad de convencimiento evocando acontecimientos históricos sobre las consecuencias que han tenido los magnicidios a través de la historia de la humanidad. Logró convencer a Cocco de que aquel momento no era procedente la eliminación física de Balaguer.

Bosch incluso llegó a ilustrar con la guerra de Los Balcanes las consecuencias que tendría un magnicidio en la República Dominicana, en el año l972, en medio de la guerra fría.

Le recordó que el asesinato del Archiduque de Austria Francisco Fernando, el 28 de junio del l914, en Sarajevo, provocó un enfrentamiento bélico entre Austria y Servia que desencadenó la Primera Guerra Mundial.

De esa reunión con Don Juan salió presuroso Miguel Cocco y reunió al Comité Central de los comandos de la Resistencia para informarle sobre la desactivación del atentado. Muchos no estuvieron de acuerdo, pero al final se impuso la decisión del líder y el país se libró de lo que habría sido una terrible tragedia.

Meses después se produjo la expedición guerrillera de Francis Caamaño por Caracoles, pero ya era tarde. Aquellos planes de resistencia urbana de “Los Palmeros” habían quedado atrás. Algunas desviaciones, indecisiones, vacilaciones y hasta traiciones en el liderazgo del movimiento de la resistencia hicieron abortar aquellos propósitos y sueños de redención. Las utopías de esos tiempos murieron con Francis, con Amaury, con La Chuta, con Perdomo, con Ulises y con cientos de jóvenes que dieron la vida por sus ideales.

Listín Diario